Dibujo de José Gutiérrez-Solana
Desde tiempos ha, hubo en Úbeda
prostíbulos que solían encontrarse -por regla general- a las afueras o en
lugares recónditos de la población
Históricos fueron los
del Alcázar y la calle Cotrina. A finales del siglo XIX y comienzos del XX,
muchas de estas casas de mancebía incorporaron a su oferta el baile (para
calentar motores) a las que se les conoció popularmente como las “Casas de
Baile”. Las más populares estuvieron ubicadas en el Egido de San Marcos, “El
Lejío” les llamaban nuestros mayores y tan en boga estuvieron que llegaron a
llamar a la zona el “barrio chino” donde ofrecían sus servicios la Carmela, la
Merceditas, la Pata Palo... El barrio con más solera frecuentado desde tiempos
inmemoriales para tal menester era el del Alcázar; allí hubo casas con baile y
otras sin él, donde se buscaban la vida la Asturiana, la Pola, la Pajarita, la
Plexiglás, la Sevillana, la Joaquina, la Concha, la Trencitas, la Candelas, la
Charola, la Gila, la Garabita, la Virtudes, la Rivelles, la Chata, la Tuerta,
la Galleguita, la Elvira, la Juanillo, la Capitana y la última, con la cuál
tuve el placer de conversar en más de una ocasión y la que me facilitó la
mayoría de estos datos, la Conejita. En el extremo opuesto de la ciudad, la
Explanada, operaba la Madriles y a la vuelta en la calle Córdoba, la Hilaria.
Por último citaré el más céntrico de todos y el más selecto, como era el que
había en el “Callejón de la Sangranta” (Hernán Crespo), regentado por Asunción
Muro.
Y
todo esto ¿qué relación tiene con el Carnaval? Estas casas cumplían su función
“social” a lo largo del año, pero más intensamente en las fiestas de Navidad,
feria, cuando llegaban los quintos de reemplazo y por supuesto en Carnaval.
Sabemos que aquí solían acudir a recibir servicios caballeros de todas las
clases sociales. Recordemos que la prostitución en nuestro país estuvo
legalizada hasta 1956 y “controlada” sanitariamente. Al finalizar el día
carnavalesco y tras haber disfrutado e ingerido la correspondiente dosis de
caldos del terreno, algunos de nuestros paisanos echaban el último baile en
estos lugares, donde había músicos que lo amenizaban. Conocidos eran el Tuerto
Pavallés, Pablito, Diego y otros más, que a la sazón también solían formar parte
de las comparsas. Después de bailar, si alguien quería continuar, en la planta
de arriba se culminaba la jornada y el importe (en reales o pesetas) variaba
según con quién; allí ya no había música ni se bailaba aunque sí se movía el
esqueleto.
“A mí también me ha gustado mucho
la “chunga” y he ido a bailar a las “Casas de Baile” que había en el “Barrio
Chino” al final del “Legío de San Marcos”. De aquellos bailes recuerdo a
Carmela, “la Sevillana”, Joaquina, Merceditas y la “Rivelles”. Muy cerca de
allí puso un bar Ginés Oller el yesero al que bautizó con el nombre de El
Laberinto”. Antonio Sánchez Garrido, el “Chucho”.
“Había un señor que le decían
“Diego dale” que en compañía de un tal Pablito, tocaban la guitarra o bandurria
y cobraban cada uno dos pesetas por actuación. Lo mismo los veías en los cafés,
en las casas particulares o en las “Casas de baile” de a real la pieza”.
Tomás Fernández Cano “Tadeo”.
El
devenir de la ciudad y su trasiego más o menos pecaminoso, se vería reflejado
en numerosas copillas que cantaban, tanto las murgas como las comparsas. De
estos años hay una letra que nos habla, no de los bailes de los casinos, sino
de unas casas donde “también se bailaba”. Es probable que esta letra perteneciera
al repertorio de la murga “El Laberinto Chino” que salió en 1936 y dice
así:
Se
ha puesto la chulería que es una barbaridad
y
en las casas de trato ya no se puede pasar.
Nos
fuimos casa la Concha, nos echan por la ventana
y
derechitos nos fuimos casa de la Feliciana.
Allí
nos dicen pelmazos, fuera, fuera chulerías
lo
mismo lo dice Concha que lo dice Catalina.
Para
finalizar este apartado viene como anillo al dedo lo que apareció en el
periódico LA PROVINCIA el día 13 de febrero de 1929, donde nos cuenta lo
acaecido en una noche de Carnaval. El artículo viene bajo el título “La Hazaña
de unos Muslimes”: “El hecho acaecido en
un “harén” del barrio del Alcázar, donde unos jóvenes hartos de vino, se
dispusieron a terminar allí la noche, pero la entrada les fue prohibida por el
vigilante. Y se vengaron los inquietos muslimes arrancando la acometida de la
luz y creyendo las infelices esclavas que había llegado su fin, gritaron
socorro acudiendo fuerzas de la policía que no pudieron detener a ninguno”.
Sólo se pudieron hacer con un zapato que uno de ellos perdió en la atropellada
huida y los guardias con esa prueba ya podían seguirle el rastro como cual
Cenicienta.
Nota.- Extraído
del libro en preparación Historia del Carnaval en Úbeda.
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